15 de noviembre de 2013

Cupid Candy Sugar Free (11)

                                              Capítulo 11

                                       Malditos caramelos



Kiden bajó los escalones de dos en dos, tratando de no irse de boca porque estaba cargando su enorme mochila hasta los topes, resbaló en el rellano y se frenó justo cuando su madre le cerró el paso con las piernas abiertas y las manos en la cadera, en la mejor pose de reina amazona.

-Kiden, tu desayuno -no iba a dejarla pasar.

-Pero mamá, llego tarde -miró su reloj con desesperación, el autobús pasaría dentro de poco y necesitaba estar a primera hora en la redacción del periódico.

-Aún estás creciendo -argumentó la mujer.

La mulata alzó las cejas, ¿crecer? -Se miró, pequeña, esbelta, ¿hacia donde? ¿hacia lo ancho?-. Desayuno en el campus... -recordar la universidad ya le trajo a la mente a su roja leona, se sonrojó.



Si había alguien que levantaba miradas en la calle, esa era Irina Graham. Ya fuera por su ostentoso automóvil o por su forma de caminar, como si fuera una artista de cine, dejándose ver y disfrutándolo. Sin embargo hoy había perdido todo el glamour. Por estar hablando por teléfono con Kiden hasta tarde, se había olvidado de poner el despertador. A pesar de ir más temprano de lo habitual, quería recoger a su cachorrita de oso en la parada del autobús, lo cual significaba casi cruzar la ciudad, desde los barrios residenciales de lujo, hacia los de gente de clase obrera.

No se había peinado y por primera vez no se pintó los párpados en combinación con su vestidito invernal. Pero si se iba maquilando levemente mientras esperaba en el semáforo, usando el retrovisor para tal fin.

Y no se equivocaba, una especie de cría de oso polar apareció corriendo por la acera torpemente, dando algunos saltitos para esquivar a sus propios vecinos, muchos de los cuales se dirigían a llevar a sus hijos al colegio y otros a su trabajo. En su barrio todos se conocían, desde la infancia, reconocía aquellas caras cansadas por las noches pero alegres en los domingos en el parque.

Aferró con más fuerza su mochila, jadeando, ya estaba llegando a la parada de la guagua, llevaba puesta una capucha porque una fina llovizna estaba descendiendo del cielo nublado, frío. Su rostro fino se perdía entre los pliegues peludos de la prenda y sólo sus cálidos ojos relucían con fuerza. Su respingona nariz estaba helada y sus labios aún tenían algunas miguitas de las galletas que su madre le obligó a ingerir en el desayuno.

Un rayón negro se salió de la comisura de aquel ojo gris azulado. El delineador se había salido de su curso porque Irina había visto, como si fuera una mira de un francotirador, a la pequeña criatura que se movía con tremenda agilidad entre los transeúntes. Una sonrisa enorme adornó sus labios. Pitó insistentemente, estaba feliz de verla, como si las horas separadas fueran el doble de lentas y pesadas. Moría por  abrazarla y llenar esa carita morena de besos.

Aquella cría peluda corrió el  doble de rápido cuando reconoció el coche de su NOVIA, novia, novia, le encantaba cantarlo dentro de su cabeza a todas horas hasta que se quedaba dormida. Sus mejillas se pusieron más rojas todavía, siempre recordaba aquel primer beso en la cama, aún le parecía estar viviendo dentro de un sueño, donde imposiblemente ella era la afortunada porque alguien como Irina se hubiera fijado en ella.

Llegó hasta el auto que destacaba en la calle, extendió la mano y abrió la puerta, entró casi lanzándose dentro, su abrigo ocupaba todo el asiento, parecía una muñeca. Alzó los dedos y echó hacia atrás la capucha para dejarse al descubierto-. Hola... -su voz salió vacilante pero no su sonrisa que fue enorme, radiante. Sus ojos se prendieron del rayón del ojo.

-Irina -sus yemas suaves fueron al ojo y le hizo cerrarlo con ternura- te has manchado... -frotó un poco, tratando de ser delicada.

La pelirroja sonrió mostrando todos sus dientes, maravillada con aquella suavidad aunque los deditos estuvieran tan fríos- dame un besooo -ronroneó- besoooo....-y se inclinó para que le diera su recompensa.

Kiden sonrió, sintió que su corazón se aceleró tan repentinamente que hasta le dolió el pecho deliciosamente, se regó por aquella maravillosa sensación por todo su cuerpo, calentándolo mejor que cualquier abrigo que se pusiera sobre ella. Cerró los ojos, estiró su cuello y sus labios rosados, llenos, pequeños pero plenos se posaron sobre los deliciosos gajos que buscaban los suyos- mimosa linda -a su Irina solo le faltaba ronronear.

-Mmmm.... -la pelirroja no perdió un segundo y la abrazó, atrayéndola hacia su cuerpo. Le encantaba poder apretarla así, con fuerza, sin necesidad de ser delicada porque el abrigo de Kiden la protegía. Quería abrazarla con mucha fuerza porque estaba feliz, enamorada de esa cosita de ojos dorados. Respondió al beso de forma cariñosa, sin remilgos- buenos días, mi cachorrita... -susurró.

-Buenos días... -jadeó Kiden toda hechizada, le faltaba poco para que se le cayera la baba porque estaba idiotizada por Irina, se le antojaba una especie de diosa de rojos cabellos. Alzó los brazos como pudo y rodeó el cuello de su glamorosa compañera, siempre que estaban así de cerca, inhalaba el aroma seductor de su novia, eso le creaba un cosquilleo en el vientre- te eché de menos -confesó.

-Y yo... -la pelirroja dejó unos tiernos y largos besos en el cuello de la mulata, dejando que sus cabellos acariciaran su rostro- quería darte una sorpresa...mmm....-la apretó un poquito más antes de separarse y ponerse en marcha- no podía esperar para verte...¿puedo venir a buscarte todos los días? -todas sus prioridades habían cambiado radicalmente. Ya tenía donde volcar toda su atención.

Kiden se quedó mirándola y sus ojos se fueron aclarando mucho, sus mejillas se tiñeron de un tono muy intenso. ¿Todos los días? Aquello era lo más increíble que nadie había hecho nadie por ella, ni siquiera el dibujito que le regaló Rick Stuart cuando tenía ocho años.

- ¿No es demasiada molestia? -percibió que la vena principal de su cuello pulsaba con insistencia cuando aquellos labios de seda se deslizaron por la morena piel que estaba caliente porque no fue tocada por el frío.

La observó conducir, era imposible no percatarse de que cada uno de los gestos de la pelirroja no solo eran elegantes sino que transmitían mucha seguridad. Aquellos dedos finos, largos, manejando el volante, metiendo las marchas, se preguntaba como se sentiría cuando tocara su cuerpo, ¿vibraría cuando aquellas yemas hollaran la curva de sus caderas? Se mordió los labios, inspirando porque la imaginación se le desbocaba.

-Hoy ya puedo quedarme a ayudarte en tus cosas de la convención... y luego te puedo llevar a pasear...o vamos y me autoinvito a tu casa a comer... y de pronto me quedo hasta tarde... -la sonrisa de Irina resplandecía- no pasa nada si no ayudo a los profes por unos días...que se busquen a otra.... yo ya estoy ocupada.

Claro que la pelirroja estaba sobrada en la universidad, tenía buenas notas, buen

buen concepto y se podía dar el lujo de elegir donde hacer sus horas extracurriculares. Estar con Kiden estaba fuera de toda discusión. La admiraba, le gustaba más que cualquier otra chica de todo el campus, de todo el mundo, mejor dicho.

Kiden escondió el rostro dentro de su capucha y se miró los pies que estaban calzadas en aquellas botas sin tacón, cómodas y practicas. Sus dedos cogieron espasmódicamente su trenza y se haló de ella varias veces con cierta fuerza, ladeando la cabeza-. ¿Y si te quedas a dormir? -justo cuando hizo la pregunta, dudó. A lo mejor Irina no deseaba estar toda apretada en aquella cama, era alta y seguro que el lecho que tenía en su hogar era más cómodo.

- ¡Qué estupenda idea!, ¡claro que me quedo a dormir! -no la dejó echarse atrás, puso música y subió un poco más la calefacción, tenía el pecho ardiendo en latidos apresurados y la cara tirante por aquella enorme sonrisa.

La mulata se puso muy roja pero feliz, se llevó una mano al pecho, notando que éste parecía haberse ensanchado exageradamente, era el orgullo y la alegría que lo estaba colmando por completo. Echó la capucha hacia atrás, despejando su rostro y se frotó los ojos porque tontamente los asaltaron unas lágrimas. Ella siempre se había creído muy dura pero Irina enseguida la conmovía.

Los ojos grises se movieron hacia el rostro de Kiden, las pupilas se dilataron cuando vieron esos espejos dorados llenos de agua salada- ¿qué pasa, cachorrita? -su voz fue pura dulzura y la mano que descansaba en la palanca de cambios fue directo al muslo de la mulata, acariciándolo mientras seguía ahora con la vista al frente, se sentía muy inquieta, quería confortarla a todas horas.

Kiden inspiró y alzó una mano para posarla con ligereza sobre el dorso de la pelirroja, parpadeó, unas chispas plateadas saltaron de sus espesas pestañas para trazar unos cortos arcos en el aire- es que me emociono -se disculpó entrecortadamente, le parecía de niñas bobas hacer aquella confesión-. Nunca nadie había hechos estas cosas por mi...

Era tan extraño y turbador ser el centro de atención de alguien, que no sabía como comportarse, cuando estaba al lado de Irina sólo quería estar cerca de ella, abrazarse y mirarla, atontada. Era como una especie de encantamiento porque era demasiado sensible a su presencia, pareciera que el resto del mundo perdiera el interés para ella.

-Pero ahora las haré yo...siempre quise... -se mordió los labios. Había guardado mucho tiempo sus secretos-...siempre te miraba... y pensaba cómo llegar a estar cerca...y tú te escapabas... -se rió musicalmente- pero ahora puedo mimarte...y tú también a mi.

Ya estaban llegando a destino, pero Irina iba lento, en la misma marcha porque no había querido quitar su mano del refugio que le había hecho su novia.

La mulata abrió mucho sus ojos, no podía creer que siempre Irina la hubiera estado vigilando, esperando por ella, coqueteando y tratando de llamar la atención. Cuando se detuvieron en los aparcamientos, Kiden le apretó los dedos con más fuerza- quizás pensaba que una chica bella como tú nunca podría fijarse en mi.

Recordaba la cohorte de admiradores que seguían a Irina, que siempre estaban dispuestos a satisfacer el menor de sus deseos sin dilación alguna. Esperó que apagara el motor y entonces alzó la mano de su compañera y la besó con los ojos cerrados, adorándola con aquel gesto enamorado.

La pelirroja suspiró y se reclinó sobre su compañera, buscando su boca. Le parecía casi un sacrilegio desperdiciar besos en su mano, cuando podía posarse en sus labios-beso... -susurró y atrapó a la morena con sus largos brazos, besándola con toda la calma del mundo. No le importaba hacerlo porque los vidrios eran polarizados. Podía hacerle el amor enfrente del decano y no lo notaría.

-Ahh -un gemido profundo, desfallecido manó de Kiden, un sonido de satisfacción y placer por aquel simple contacto de sus bocas jóvenes y anhelantes de besos que se guardaban entre aquellas horas del día y de la noche en las que no estaban juntas. Aquel remolino de fuego que se estaba haciendo tan familiar comenzó a crecer de nuevo en ella para encender su cuerpo entero.

Alzó las manos y rodeó su cuello blanco, sus dedos apretaron aquellos hilos de fuego que siempre resplandecían con vida propia aunque el día fuera nublado y ni un haz de luz se colara entre las nubes negras que cubrían el cielo. Acarició la piel del cuello, tan suave, tan aterciopelada que no parecía real. Y el calor seguía subiendo, elevándose como ella se elevaba mientras movía su boca en respuesta al contacto hambriento de su novia.

Irina chupó los labios de Kiden y entreabrió los ojos al oírla. Su propio cuerpo estaba poniéndose sensible, dispuesto a dejar que su compañera la tocara como quisiera, ansiando acariciar su piel desnuda. La morena era demasiado hermosa para resistirse y su voz era como una bendición-. Kiden... -susurró mientras se abría paso con su lengua dentro de la otra boca, sus manos buscaron un recoveco donde poder tocar algo de piel para poder pasar el resto del día sin morirse.

La aspirante a periodista se sobresaltó cuando sus lenguas se enredaron gustosas dentro de la boca, jadeaba sofocada, sin poder romper el beso porque estaba siendo completamente absorbida dentro de él, yendo hacia su pareja, perdiéndose dentro de ella- Irina...-emitió otro quejido de sorpresa cuando aquellos hábiles dedos se colaron por debajo de su gruesa camisa y palparon el inicio de su columna, haciendo que se arqueara estremecida.

El aliento de la pelirroja se colaba dentro de la otra boca, se mezclaba con el de la mulata ardientemente. La mano blanca se movió, dibujando su piel, apretando donde podía, notando esa inquietud en el vientre, esa presión en su abdomen y el calor envolviéndola. Kiden era demasiado suave, demasiado inocente. Aunque la tentaba de una forma monstruosa, no quería que se sintiera incómoda- amor...amor... -jadeó, besándola golosa y lentamente- esta noche...te voy a besar toda... -le sonrió al romper el beso, mareada por lo excitada que se sentía, ya quería quitarse todo y tirarsele encima.

Kiden se echó a reír en medio de sus leves gemidos, Irina la excitaba, hasta ahora el sexo como asunto personal estaba relegado al olvido por ella, no era algo de vital importancia aunque trabajando con chicos en el periódico era inevitable que siempre estuviera mencionando el tema como la cosa más emocionante del mundo.

Pero ahora que estaba con la persona que la hacía tan feliz, no deseaba otra cosa que pasar sus horas junto a ella y además disfrutar y descubrir que significaba aquella marea ardiente que se desencadenaba en su cuerpo cuando ambas se tocaban con total abandono.

-Esta noche... -prometió con su tono más dulce, le acarició uno de los altivos pómulos. Su novia tenía una belleza que hacia imposible apartar los ojos de su luminoso rostro.

-Kiden...no quiero ir a clases... ¿te puedo acompañar hoy? -le puso cara de cachorrito- igual no me iba a concentrar nada... -negoció, y era toda la verdad. No iba a poder tomar ni un apunte- vamos....yo te compro desayuno... -mientras iba acomodándole la ropa que le había aflojado. No quería que tuviera nada de frío afuera.

La mulata asintió con una de aquellas sonrisas radiantes que era más llamativa porque sus blancos dientes destacaban inevitablemente en contraste con la oscura piel-. De acuerdo -no tenía la fuerza de voluntad suficiente para negarse, además, de sobra sabía que Irina no tenía problema alguno con sus estudios, era una alumna brillante.

Lamont se despertó porque Lulú estaba husmeando afanosamente bajo la puerta, la perra andaba muy nerviosa con el nuevo aroma que desprendía el rubio. Giró el rostro que descansaba sobre la almohada y miró la hora, allí, apoyada contra el despertador estaba descansando una nota. Era de su prima.

La cogió y la leyó sin prisas, parpadeando varias veces porque sus ojos aún estaban nublados, alzó las cejas, Juliet había salido muy temprano y le aconsejaba que se tomara el café que dejó sobre el poyo de la cocina. La nota la pareció impersonal, escrita apresuradamente, parecía que la rubia hubiera escapado por la puerta como si se avecinara el fin del mundo.

Desganadamente se puso en pie y aún torpe abrió la puerta, de pronto escuchó un gruñido de furia. Era Lulú que viendo su oportunidad se abalanzó hacia las pantuflas del rubio, dispuesta a hincarle el diente. Pero de pronto se detuvo, parecía confundida, retrocedió y se volteó, para de nuevo a los dos minutos intentar de nuevo morder pero volviendo a retroceder.

-Perra loca... -Lamont fue hacia la cocina, embutido en una de las batas rosas de Juliet que le quedaba pequeña, su espalda era ancha para la prenda y él era más alto que su prima, su pecho firme parecía a punto de hacer saltar los botones en la parte de los hombros.

Diana abrió la puerta de su cuarto. No había dormido nada. Toda la noche estuvo navegando en diversos foros, chateando con sus amigos y tratando de olvidarse de la terrible idiotez que había cometido en la noche. Había aguantado incluso las ganas de ir a orinar, para no tener que cruzarse de nuevo con la rubia.

No tenía ganas de ir a clases, además, sólo tenía dos horas de historia del arte. No advirtió la presencia de Lamont cuando fue por su taza de café, aún con el cepillo de dientes en la boca, arrastrando los pies, con la mirada perdida, pensando en sus propios fantasmas. Sirvió café en su taza favorita y se giró. Alzó el rostro y se encontró con aquella visión del horror- ¡AAHH! -La taza cayó al suelo, rompiéndose en varios pedazos, regando el café caliente por todo el piso. Había olvidado por completo que Lamont estaba allí.

Sus ojos estaban muy abiertos, y ella mantenía las manos cerca del rostro, protegiéndose instintivamente, el corazón latía muy fuerte y no atinó a hacer nada más.

Lamont saltó hacia atrás cuando escuchó el sonido de la taza cayendo al piso, casi se infarta él también porque no esperaba un sonido tan estruendoso a aquella hora de la mañana. Su espalda chocó contra los azulejos verdes de la pared de la cocina, se quedó allí mirándola también y sus mejillas de repente se tornaron incandescentes, de un rosa muy intenso.

Lulú salió corriendo como un rayo y se escondió bajo la cama de su dueña, emitiendo pequeños gruñiditos.

-Ah... -se inclinó sobre el poyo de la cocina y sus dedos alcanzaron la bayeta, se arrodilló y comenzó a secar el café desparramado, fue haciendo a un lado los pedazos de losa- lo siento... -no había sido su intención asustarla pero es que tampoco se había mirado al espejo, era una visión demasiado barroca aquella delicada prenda ciñendo su musculoso cuerpo.

Diana se quedó callada, bajando los brazos lentamente, observando la amplia espalda desde su posición. Era como ver una roca envuelta en seda. Observó entonces lo que quedaba se su taza, la que tanto había cuidado. Notó como Lamont se hacía más y más borroso y sintió que su corazón se astillaba igual que aquel recipiente.

Se agachó a recoger los pedazos, quería pegarlos, recuperar algo de ella. No dijo nada, no valía la pena explicar lo que significaba ese objeto para ella.

Lamont continuaba limpiando, preocupado por aquel tenso y pesado silencio, alzo el atractivo rostro y se quedó paralizado al ver aquellos profundos espejos cristalizados. Si hubiera seguido siendo el hombre de hace dos días, ni siquiera le hubiera dado importancia o no lo hubiera captado pero ahora todo era tan distinto, los detalles que nunca percibió ahora eran los que más llamaban su atención.

Alzó una mano, delicadamente cogió uno de los sedosos mechones que formaban una cortina en torno al rostro del Diana, lo alzó y se lo colocó tras la oreja con suavidad, sus yemas le rozaron la mejilla- Diana... -su tono fue dulce- lo siento...-suponía que la taza era valiosa para ella.

La morena asintió, conteniéndose como solía hacerlo delante de otros, observando sus propios cabellos tocando el suelo, juntando hasta el último pedacito. Entonces alzó la mirada un instante para ver esos ojos verdes que le herían el espíritu, porque eran idénticos a los de Juliet. Bajó la mirada de nuevo porque quería abrazarlo y pensar que era ella la que la consolaba-. So...soy...t...tor...p...p...pe -admitió y se puso de pie lentamente. Sus rodillas estaban manchadas de café.

Se encaminó al balcón con los restos para  ver si podía rearmarlos.

Lamont terminó de recoger el café con cuidado de no dejar ni una sola mancha en el suelo. No le pasó desapercibido el temblor de la voz de la morena y se sintió terrible, estaba increíblemente sensible, notó como un nudo atoraba su garganta, estrangulándola dolorosamente. Se puso en pie y puso otra cafetera al fuego.

Fue hasta la terraza y miró como Diana pegaba los pedazos con paciencia infinita-. Diana, me marcharé hoy -se puso a su lado y se arrebujó en la ridícula prenda- perdona las molestias -nunca, jamás hasta ahora se había disculpado de aquella forma tan sincera con una mujer, eso nunca la hubiera hecho el viejo Lamont, pero claro ese Lamont ya no existía-. Puedo...puedo... ¿compensarte de alguna forma?

Ella alzó la vista un momento, sus ojos enrojecidos se clavaron con fuerza en el rostro de Lamont- ¿me abrazas?... -dijo con la voz muy ronca, casi un graznido- un ra...rato, nada m...más... -hipó.

Lamont no esperó ni medio segundo, sus brazos largos, fuertes, rodearon a Diana y la arrimó contra su marcado pecho, acurrucándola contra su anatomía masculina pero acogedora, fue dulce, delicado. Alzó una de sus manos y comenzó a acariciarle los cabellos, peinando con sus dedos el fragante manto con suavidad.

No sabía qué pena era la que estaba dentro del corazón de Diana pero si sabía que el consuelo de un abrazo podía aliviar parte de ese peso Ladeó un poco el rostro y besó las oscuras hebras, no eran besos como los hubiera dado alguna vez, eran distintos, tiernos, cálidos, llenos de atención, hechos para insuflar calma. Nunca había sabido que pudiera dar ese tipo de besos.

La morena se abrazó a él como si fuera una lapa, enterrando su rostro contra la piel de Lamont y tratando de no hacer ruido, pero se le escapaban unos gemiditos ahogados junto con las lágrimas. La taza era valiosa, pero lo que la angustiaba así, era otra cosa, era otra piel que ya no volvería a sentir junto a la suya. No había consuelo para una pérdida de ese calibre.

Se había equivocado de una forma terrible y estaba segura que Juliet se iría de la casa, lo intuía con mucha fuerza. Hubiera preferido tenerla consigo peleando, que no verla nunca, amándola así.

Lamont percibió como Diana tiritaba- tiemblas... -musitó con suavidad, sabía que lloraba y le dolía de una cierta forma extraña no saber la causa. Con decisión la cogió en voladas, elevándola del suelo y entró en el salón. Se sentó en el sofá haciendo un poco de equilibrio para no irse hacia atrás del golpe y la colocó a sobre sus rodillas, comenzó a acunarla sin dejar de abrazarla.

Era extraño, pero Diana se dejaba hacer, con una docilidad que no era natural en ella a menos que se sintiera en mucha confianza, pero Lamont tenía un aura que la confortaba y su cuerpo la abrigaba de una forma que no creyó necesitar. Dejó que lo que la atormentaba fuera saliendo despacio. Una de sus manos se aferró a la bata rosa, la acarició entre sus dedos.

El rubio sonrió, una sonrisa que ensanchó sus rosados labios- ¿verdad que me queda bien? Admítelo -y la siguió acunando como una niña pequeña porque no le pesaba nada y porque le gustaba tenerla así, quería que se sintiera segura y confortada.

Los ojos almendrados se abrieron un poco y los rosados labios fueron mordidos con algo de fuerza- mm...noo... -y emitió un quejidito porque no tenía ganas de reírse, pero el rubio lo estaba consiguiendo. Se apretó más contra él- estás...feo... -murmuró, pero ya sonreía.

-Ahhhh -Lamont emitió una especie de grito ultrajado que consiguió hacer aullar a Lulú desde la habitación de Juliet. Se echó a reír, era una risa profunda, de notas juveniles y alegres. Diana era la primera mujer que le decía aquello- mentirosa... -la apretó un poco más pero con cuidado, sin hacerle daño porque se le antojaba delicada-  el rosa es mi color... -puso un falso timbre agudo que le salió horrible porque su voz era masculina, atractiva.

Ella se rió un poco junto a él- engreído... -y se echó a reír, cerrando los ojos. Lamont no lo sabía, pero acababa de ser "adoptado" por Diana como miembro de su manada. No lo iba a desamparar, era demasiado lindo y tonto para sobrevivir solo en el mundo.

-Sí, lo soy -admitió sin pudor alguno, la abrazó más todavía y fue cuando se escuchó como una tela se rasgaba, la bata se estaba abriendo por la espalda justo en dos mitades y dejando al descubierto la tersa piel de su espalda- ¡¿Pero qué?!... -como un tonto trató de mirarse por encima de uno de sus hombros. La prenda se estaba abriendo a modo de pétalos de flor.

- ¿Mh? -Diana miró por sobre el hombro de Lamont, jugando con sus cabellos sin pensar. Sus ojos acaramelados se abrieron con horror- ¡La bata de Juliet! -chilló-Lamont... -protestó con tono de reproche- dame eso, lo voy a arreglar antes que se dé cuenta... -jadeó y se bajó de las rodillas del joven. Ahora tenía doble propósito, por un lado no quería que Juliet se pusiera triste o irritada por su bata, por otro lado, deseaba proteger al rubio de cualquier regaño-. Te prestaré una de mis camisetas.

- ¡¿Eehhh?! -se puso en pie y comenzó a quitarse la bata con cara de susto y sus mejillas muy rosadas, dejando al descubierto su torso y los bóxer negros que lucía. Sus labios temblaron un poco, ¿por qué se sentía tan violento? No quería incomodar a Diana- perdona...voy a buscar algún pantalón -pero dudaba de que Juliet tuviera uno que lo no dejara castrado de lo ceñidos que eran- Juliet me matará... -vaticinó con fatalismo.

Diana le tomó de la mano a toda velocidad- ¡No seas tonto! -lo arrastró al cuarto de Juliet- espera aquí -le apremió mientras ella se llevaba la bata- traeré ropa para ti -salió como una exhalación hacia su propio cuarto, seguramente alguno de sus pantalones de correr le servirían. Depositó la bata rota con toda clase de cuidados en su colchón. Tenía que coserla a toda prisa.

Rebuscó en el clóset hasta que encontró unos pantalones a medio muslo, muy anchos y cogió una camiseta cualquiera, era ajustada al cuerpo, pero como no iban a salir, Lamont podía usarla sin problemas. Regresó a la habitación- ponte esto.

Lamont cogió las prendas y se comenzó a vestir, los pantalones le quedaron bien pero la camiseta marcó todo su pecho y quedó por encima del ombligo-. No hace falta que te tomes tantas molestias -en realidad él se iría pronto pero no tenía ganas de dejar a Diana sola.

-Bueno... -lo miró de soslayo- entonces a la próxima te dejo desnudo... -se cruzó de brazos, pero era obvio que estaba jugando con él.

El joven arqueó las cejas y una sonrisa iluminó sus rasgos- hace frío para eso -se sentó en la cama de Juliet. Estaba muy relajado a pesar de que había faltado a trabajar sin avisar, no era algo que le importara demasiado pero estaba seguro que en la oficina no se habían notado su ausencia porque el día anterior fue como invisible. Se escuchó un pitido- ¡el café! -salió corriendo a grandes zancadas.

Diana sonrió y se quedó un rato, como quien no quiere la cosa, mirando la cama de Juliet, sus cosas y luego a Lulú, bajo la cama- vamos, Lulú... vamos a coser -la animó. No era especialmente buena en eso, pero iba a ser algo para la rubia, quizás una especie de disculpa silenciosa.

Ya en su habitación, buscó las agujas y un hilo blanco. Se sentó en el colchón, lo acarició con la mano delicadamente. Allí se habían besado, se habían enredado de una forma que le cortó la respiración por un instante al recordar- malditos caramelos, todo lo hacen mal...-gruñó y comenzó a emparejar los pedazos de bata para coserlos. Quizás así se le pasara más rápido el tiempo.




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